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Benito Taibo

04/05/2014 - 12:00 am

Se solicitan opiniones…

El pasado 28 de abril, el premiado cineasta Alfonso Cuarón, lanzó públicamente diez preguntas sobre la reforma energética que iban dirigidas al presidente de la república. Desde mi punto de vista, todas esas interrogantes están cabalmente estructuradas y no hacen más que reflejar algunos enigmas que muchos ciudadanos también queremos descifrar, y que no han […]

El pasado 28 de abril, el premiado cineasta Alfonso Cuarón, lanzó públicamente diez preguntas sobre la reforma energética que iban dirigidas al presidente de la república.

Desde mi punto de vista, todas esas interrogantes están cabalmente estructuradas y no hacen más que reflejar algunos enigmas que muchos ciudadanos también queremos descifrar, y que no han quedado claros sobre las consecuencias de la tan cacareada reforma. Por cierto, aprobada en  las cámaras a una velocidad pasmosa, y que no corresponde a la tradicional parsimonia legislativa a la que estamos habituados (por lo visto, incluso algunos legisladores votaron despiertos).

Releo las preguntas de Cuarón y me queda claro que son absolutamente respetuosas y lógicas. En alguna parte del texto, el propio Alfonso aclara que  las preguntas de marras y el desplegado en cuestión: “No lo hago como experto pero sí como un ciudadano preocupado por el destino de México”.

Acostumbrados como estamos a la retórica vacía y al “cambio de paradigma” que todo lo resuelve en el papel, las preguntas de Cuarón son  completamente válidas, necesarias, y por supuesto, merecedoras de respuestas tan claras como la propia formulación que las mismas demandan.

-Profe ¿Cuánto es cincuenta menos cuarenta y nueve?- Preguntaría un niño en clase. Y sí el profe fuera pedagógicamente responsable respondería  de dos posibles maneras; pidiendo al muchachito que hiciera el mismo la resta o diciendo: UNO, así con todas sus letras (que son pocas).

Pero los políticos no saben hacer eso.

Y generalmente contestan con otra pregunta, para ganar tiempo (y decidir la ruta de escape) o intentando confundir al que pregunta: -¿Lo dices en un contexto macro, o micro económico?

Yo me sumo, como ciudadano y no como experto, a los cientos o miles que hoy preguntan con  Cuarón, y me gustaría ver respuestas de manera clara y didáctica para todos.

Pero hay algunos que leen lo que quieren leer y no lo que está escrito en el papel.

Como por ejemplo el periodista Carlos Mota, que escribe, altamente escandalizado, porque un cineasta  se atreve a cuestionar “los beneficios de una reforma que ha sido aplaudida internacionalmente”.

Y eso es lo de menos. El señor, que según el perfil publicado en el medio donde colabora (y copiado textualmente) es: Periodista especializado en negocios, economía y finanzas. Lic. en Administración por el ITAM. Mtro. en Administración de Empresas (Fulbright) por la U. de Maryland. Young Global Leader del WEF. Fue director del MBA del ITAM.

Estudios y cargos que le brindarían categoría de experto, pero que no lo ayudan a contestar las interrogantes, sino que cabalgando en el caballo de la santa indignación de especialista, opta por la descalificación; no sólo de Cuarón sino de todos los que no somos expertos y por lo tanto no tenemos, según él, el derecho de opinar. A pesar de su impresionante currículo dice cosas como: “… la tentación de la gente del mundo de la cultura de opinar de políticas públicas es una de las enfermedades crónico degenerativas que se está afianzando en el país”. (¿¿¿???)

Y avanza demoledoramente:

“Siempre me he preguntado qué tienen que hacer novelistas, cineastas, pintores, escultores, actores y poetas criticando decisiones de gobierno como si fueran expertos en los temas. No comprendo por qué tener pericia para esculpir un mármol o para plasmar un óleo sobre un lienzo habilita también al sujeto a vociferar contra el sistema económico y político”.

Y yo no resisto a responderle aquí mismo:

Señor Mota; todos esos a los que se refiere, junto con albañiles, amas de casa, zapateros, secretarias, arquitectos, bailarinas,  estudiantes, desempleados y un larguísimo etcétera, somos antes que nada ciudadanos, y TODOS, sin excepción (incluyendo a los periodistas), tenemos el derecho a “vociferar”  como usted dice, pero que nosotros aquí, en confianza, lo llamamos “opinar”. Los funcionarios públicos trabajan para el “público” (o el pueblo como también lo llaman, mientras levantan con un mohín de disgusto, la nariz) y son nuestros empleados. Así que como patrones, queremos saber que hacen, cómo y por qué. Y tenemos el absoluto derecho a recibir respuestas claras y precisas. Mientras opinamos lo que se nos venga en gana (se llama democracia, ¿no? Busque el significado, lo sorprenderá).

Por cierto, me encantaría saber cómo se plasma un óleo sobre un lienzo, técnica que ninguno de mis amigos pintores me ha podido aclarar.

Dice también que “Causan mucho daño quienes desde el mundo de la cultura opinan de políticas públicas. Deberían serenarse”.

A mí, el texto de Cuarón me pareció absolutamente sereno. El que hoy escribo no lo es.

Tiempos difíciles los que vivimos en que parece resurgir el eco de la voz de Goebbels (o Goering, da igual, dos de la misma calaña) diciendo la famosa y pútrida frase: “Cada vez que oigo la palabra cultura, saco la pistola”.

Para terminar, el periodista especializado se ofende y dice de Alfonso:

“Pero que alguien que le indica a Sandra Bullock ‘muévete pa’ ca’, o que le dice que no le salieron suficientes lágrimas en cierta toma, cuestione con particular sesgo los beneficios de una reforma que ha sido aplaudida internacionalmente, es un ejercicio que deberíamos ir viendo menos en el país; y desafortunadamente lo estamos viendo cada día más”.

Y yo creo que debería ser absolutamente al revés, el ejercicio democrático exige que todos cuestionemos, preguntemos e incluso vociferemos todos los días.

Pienso que este señor, que pide a gritos ser medido con su propia vara, no es por supuesto un “experto” en cine, y por lo tanto no tiene ni puñetera idea qué hace un director; supongo que también podrá decir que un poeta es sólo alguien que mueve pa´ca y pa´lla las palabras, como Octavio Paz,  o un músico que con esta simple ecuación (moviendo las notas sobre la partitura) hace sinfonías fácilmente.

Eso tiene un nombre: ignorancia. Y no es una enfermedad crónica degenerativa,  se quita fácilmente…

Ya no quiero extenderme más, y pido una disculpa a los lectores (que por supuesto tienen también todo el derecho del mundo de opinar) por el tamaño de la columna de hoy, pero yo también puedo indignarme,  preguntar y vociferar como todos ¿no?

Y para terminar, le digo a Cuarón que espero que nos contesten, sencillamente porque lo merecemos, como ciudadanos y no como expertos.

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